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Carnavales ancestrales en los pueblos de Guadalajara.

12
feb '15

Llega el carnaval y como todos los años, en este fin de semana varios pueblos de Guadalajara acogen las celebradas  botargas, ataviadas con sus vestidos  de colores, máscaras burlescas e instrumentos musicales de dudosa sonoridad. 

Llega el carnaval y como todos los años, en este fin de semana varios pueblos de Guadalajara acogen las celebradas  botargas, ataviadas con sus vestidos  de colores, máscaras burlescas e instrumentos musicales de dudosa sonoridad.

Estos personajes ancestrales, pertenecen a una “casta” de geniecillos del bosque, que a través de sus saltos y  toques de magia hechicera, hacen que las cosechas venideras sean más productivas. Esta simbiosis entre hombre y naturaleza, sigue manteniéndose viva en muchos de nuestros pueblos, en estos días de carnaval.

ALMIRUETE -. Botargas y Mascaritas.

El Carnaval de Almiruete, es desde el siglo XI, una de las fiestas tradicionales más antiguas de la Provincia de Guadalajara. Los botargas (los mozos), van ataviados con vestidos blancos y “ciertos complementos”, como grandes cencerros colgados de su cinturón y máscaras diferentes. Se presentan en fila, descendiendo por alguno de los cerros que rodean al pueblo, haciendo sonar su instrumento musical. En su entrada al poblado por las calles altas, golpean los bastones rítmicamente sobre el suelo hasta llegar a la plaza, donde se encuentran con las mascaritas (las mozas). Ellas  también van vestidas de blanco, con adornos florales, máscaras de gran colorido y un mantón negro de flores bordadas en colores vivos que cubre sus hombros.

Una vez que se encuentran botargas y mascaritas, recorren las calles del pueblo y al llegar a la plaza, los botargas arrojan pelusa a los asistentes como símbolo de fertilidad.

 

 

LUZÓN-. Los diablos.

Algunas teorías,  sitúan el origen de la fiesta en el periodo en que los celtas habitaban la zona, en concreto, los lusos que darían nombre, según la leyenda, al pueblo de Luzón. Pero ha sido la información transmitida de generación en generación la que ha supuesto la pervivencia de la fiesta. Aunque no cesó por completo, la festividad se diluyó durante la guerra civil y el régimen franquista, que prohibía cualquier celebración lúdica y pagana y se retomó a finales de los años 70-principios de los 80 hasta nuestros días.

Los diablos de Luzón adquieren la imagen del mal pagano,  después de una cuidada puesta en escena: tiznados de hollín previo untado de crema en rostro y brazos, faldón con túnica negra y grandes cencerros en sus cinturones, una dentadura desmedida a base de patata y unos cuernos de toro sobre la cabeza .

Cuidado no te acerques mucho a ellos, porque persiguen a todas las personas que se cruzan en su camino, haciendo lo que procede en su condición demoniaca: asustar y tiznar el rostro a locales y forasteros mientras agitan con estruendo los cencerros.

 

                                                                                   Fotografía: Chus López


ROBLEDILLO DE MOHERNANDO-. Vaquillones.

Este carnaval es una arraigada tradición pastoril y ganadera del lugar.

Los mozos de Robledillo se visten con capuchas y largas sayas de esparto o sacos que les tapa el cuerpo entero. En los hombros colocan unas amugas (antiguamente usadas  para acarrear la mies), a las que se añaden cuernos de buey por delante y cencerros por detrás. Antiguamente llevaban a la espalda pieles de diversos animales, lo que contribuyó a que se les otorgase ese aspecto zoomórfico que poseen.
Recorren las calles en busca de mozos y mozas a los que topar y levantar las faldas. En ocasiones la botarga se viste para acompañarlos, dando más colorido y animación a la fiesta. Sin duda, es una fiesta digna de conservarse y potenciarse por su singularidad.

 

                                    Fotografía: Jose María Moreno García


VILLARES DE JADRAQUE-. Vaquillones y zorramangos.

En esta fiesta, un grupo de vecinos recorren las calles de Villares convertidos en vaquillones, que corren tras la gente del pueblo, especialmente las mozas, para embadurnarlas de hollín.

 Los Vaquillones portan unas capas rojas, y ocultan su rostro tras una máscara de arpillera, que apenas les deja espacio para los ojos. La indumentaria se completa con un sombrero de paja, pantalones de pana y albarcas. Estas dos últimas prendas se intercambian entre los participantes para no ser reconocidos por sus vecinos. Por último, en la boca llevan un silbato o chiflo, fabricado de vejiga de cerdo, que emplean para comunicarse entre sí sin ser reconocidos.

En su llamativa indumentaria destacan las amugas que portan en sus hombros, unas angarillas de madera en las que se llevaba antiguamente la leña y la mies, cuya parte delantera se remata con cuernos de vaca, mientras que de la posterior se cuelgan numerosos cencerros.

Les acompañan los zorramangos, que se visten con lo que no vale: pantalones, sayas viejas... También llevan la cara tapada y a veces ni la gente del pueblo los conoce, no saben si es un hombre o una mujer.

Todas estas fiestas de carnaval, debido a su elevado valor cultural y etnográfico, fueron distinguidas con la declaración de fiestas de Interés Turístico Provincial.

                                                                     Fotografía: Jose María Moreno García